viernes, noviembre 23, 2007

DE LA SABIDURIA Y LA IGNORANCIA.

El hombre a lo largo de su devenir mundano, en el pasmoso e incierto camino que le toca andar, encuentra a su paso eventos y circunstancias que alteran su estado anímico, eventos que lo congratulan de la más grande dicha, así como otros más que lo sumergen en una profunda depresión y un coqueteo envidioso con la muerte.

Digámoslo de una vez, al igual que el mismo Hölderlin lo hace en boca de Hiperión, “El hombre es feliz hasta que viste la piel de adulto” cuando niño, el hombre nunca entiende el sufrimiento, el dolor es una experiencia que le es ajena y las más de las veces es un evento que con el paso de un par de instantes se borra de sus memoria.
El niño mira al mundo con ojos nuevos, con un deseo voraz por hacerlo suyo, mira el universo entero como un gran juego, un regalo de navidad que le es entregado antes de las vísperas y que por tanto lo hace infinitamente feliz. El mundo es en la mente del infante, un dulce, un bocado empalagoso que sin importarle nada, solo desea llevarlo a su boca.

Sufrir, adolecer, padecer, es un privilegio, amargo casi siempre, que es reservado especialmente para el adulto, pero qué es lo que le ocasiona este malestar al hombre
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Las causas pueden ser múltiples: un desengaño amoroso, una pérdida afectiva, el fin de un ciclo, el saberse mortal, el entorno social, etc. Sin embargo el común denominador en todos es; el tomarse la vida demasiado en serio, tomarse el mundo en su decadencia como un evento trascendente en su ser. Y es que ¿Acaso no es precisamente el hecho de acumular experiencias y conocimientos lo que nos hace infelices?.

El filosofo, especie rara entre los seres humanos, es una metáfora de lo que los seres humanos han dejado de ser, una evidencia más del olvido del ser heideggeriano, es un humano demasiado humano que, como catalizador, acumula experiencias, conocimientos y que por ende se convierte en el ser más propenso a la desdicha y el sujeto y causa sui del padecimiento mismo. El filosofo entiende que el mundo es incomprensible y este conocimiento lo hace aterrorizarse, lo hace caer en una profunda y larga serie de desdichas auto-engendradas, saber es sufrir, conocer es no poder olvidar. El justo pago del filosofo a sus conocimientos es la larga cadena de sufrimientos por la cual habrá de avanzar, pago, nunca infame, pero que lleva implícito un martirio que los hombres, todos, deberían de solventar. La voz del filósofo es como la predica en el desierto, en donde sus palabras se entremezclan con el polvo y dejan de hacer eco, las opiniones del filósofo son el canto de las cabras que se saben condenadas al sacrificio. El destino del pensamiento es la tragedia, el destino del que piensa es la condena.

La infelicidad no es privilegio exclusivo del filósofo, todo ser humano experimenta la ansiedad, el malestar, el dolor, el sufrimiento, con la salvedad de que los mortales han logrado resolver la cuestión, el hombre promedio pasa por el mundo de manera estúpida, dosificando su dolor, menguando su humanidad bajo el látigo de la ignorancia. La ignorancia patrimonio de la humanidad, casi toda, premio a su indiferencia por la vida.

Qué es la vida; es dolor, es sufrimiento, es tristeza o es simplemente una disputa entre los que buscan el saber y los que saben que no lo quieren buscar. El devenir es largo, este mundo no se acaba hasta que se acaba, aun el último aliento de vida tiene sesenta segundos, la incógnita es: Qué es lo que deseas tener en la vida, solo sufrimiento o un poco de placer de vez en cuando. ¡Viva la ignorancia! gritan las masas. ¡Ho! Desdichado el saber murmuran los filósofos.