jueves, mayo 17, 2007

EL MUNDO SE ESTA HACIENDO VIEJO

Pese a una innumerable cantidad de metas y de logros, que la medicina y la evolución tecnológica han alcanzado, es innegable el hecho de que nuestras sociedades están condenadas a la vejez en un tiempo no muy distante. Ante esta “nueva realidad” es necesario re-valorar el papel que juegan los llamados; “adultos mayores”, individuos del corpus social que han dejado de ser una pieza productiva de la vorágine de los mercados y sus órganos mercado-técnicos, y se han vuelto un detonante, igualmente mediático, de la conmiseración y el desprecio social, en donde “los adultos mayores” son vistos como dulces desamparados y mendigos de la caridad humana, papel, dentro del imaginario colectivo, que los sitúa en la mira de eventos del corte del Teletón u otros “espectáculos” redentorios, en donde la gente de la masa descarga y alivia su dolor y extrae de sus bolsillos el mendrugo caritativo que expiará sus tormentos y lo aleja, un poco tal vez, de su vejez inminente. Adicionalmente, y de la misma manera como sucedió con la gente discapacitada u otros sectores minoritarios de nuestras sociedades, han sido objeto, “nuejstros viejjejitos” de un insufrible numero de nuevas denominaciones, entrando a la larga lista de términos políticamente correctos pero prácticamente absurdos.
No es distante en el tiempo, aunque el trepidante paso de los eventos así nos lo quiera hacer sentir, aquellos días en nuestro pasado más remoto, y a la vez más concreto, en donde el papel de los ancianos era de suma importancia pues en ellos recaía el peso especifico de la experiencia y su valor, como tal, los colocaba al frente de la estructura social. En la realidad actual, podemos ver esta estampa sólo como parte de la turística imagen proyectada en las películas del cine de oro de nuestro país o como un rudimento socio-estructural de algunas comunidades rurales. Pero es claro que cuando nos referimos a “nuestros contemporáneos”, solo nos referimos a las grandes urbes y la vida citadina, pues “los márgenes” con sus marginados sólo sobreviven bajo la sombra de lo que “nosotros” dictaminamos.
La sociedad tiende a preservar, en su estructura, aquello que la hace más fuerte y aquello que le resulta práctico en un momento determinado, desgraciadamente para nuestro infortunio, nuestras sociedades occidentales se encuentran bajo el yugo insaciable de las masas y el consumismo, y no estoy con esto planteando una amarga queja en contra los mercados o una nueva querella en contra de las cadenas trasnacionales que “violan” nuestro espíritu ni mucho menos, solo que resulta por demás obvio, y allí existe una tarea pendiente que ha sido dejada de lado en muchos sentidos, el hecho de que ante los nuevos ritmos de vida, la sociedad a tenido que hacer frente de manera copiosa y sin la madures o la conciencia cierta de lo que esta sucediendo, trastabillado y dirigiéndose sin un báculo que lo oriente del sentido en el cual habrá de andar.
La familia, otrora santuario del anciano y cobijo seguro de la semilla que dio fruto a toda una estirpe y un “clan” familiar, ha sido suplida por los asilos para los ancianos y las guarderías para los infantes de la casa, cuando no por las niñeras digitales y los suplementos meta-naturales, léanse el uso de “substancias” para inhibir ciertas conductas. Aunado a todo esto, son frecuentes las campañas políticas, sobre todo en los países en vías de desarrollo, que fungen como concejales para la toma de dediciones impensables en otro momento. “La familia pequeña vive mejor” en ocasiones el eco de estas palabras, sólo por citar un ejemplo, laceran en mi mente y carcomen cada una de las pocas neuronas que aun me quedan, cuestionándome a mi mismo: Qué habrán querido decir, qué es la familia ahora, en dónde esta el núcleo de la sociedad.
Los ritmos actuales, en donde los padres cada vez son más ajenos a sus hijos y a la inversa, son dictados por eventos extra-sociales, pero que no eximen a la sociedad de responsabilidades y a la vez lo involucra en sus consecuencias inefables. Estos nuevos ritmos dictan nuevas reglas y se convierten en el nuevo patriarca y el crisol desde el cual habrá de contemplar a las sociedades y sus consecuentes movilizaciones.
Pero, ser viejo no es solamente un problema social que aqueja al menosprecio por la vida, ni tampoco una manifestación inconciente por la desvergüenza cultural. Abordando temáticas mucho más importantes, y habrá que hablar desde estos términos para realzar la importancia del fenómeno; es una cuestión trascendental para las sociedades modernas entenderse como una estructura social vieja, falta de apetito por la reproducción en el caso de la Europa cuasi-senil, en donde económicamente existe un riesgo latente por la seguridad social, pues dentro de poco la población económicamente activa, habrá de reducirse dramáticamente, y en donde organismos como el IMSS y otros, ya empiezan a resquebrajarse y son la crónica de una “muerte anunciada”. Los países del 1er mundo y los que detrás de ellos estamos, ya están percibiendo esta eventual problemática que se adhiere a un largo número de eventos que simultáneamente contribuyen a la re-conceptualización de la vejez. Ser viejo es un problema de salud pública, de salud económica pública que ese idioma si lo entienden.
Naciones Unidas, entre otros organismos, ya consideran el problema de la longevidad como uno de los nuevos grandes retos que presentara el siglo XXI, y que ya no es exclusivo de los países desarrollados. Los Estados ven en la longevidad de sus sociedades un gran peso económico que habrá de generar conflictos y desequilibrios en sus estructuras e instituciones y, por ende, deberá de afrontarse como un nuevo paradigma y una nueva posibilidad de re-estructurase y re-novarse, o por el contrario, hundirse en un problema más y más profundo.
Refiriendo a la antigua, magna y vanagloriada Grecia Clásica habrá que decir que, para ellos, el hombre apenas empezaba su época productiva (intelectualmente hablando) al alcanzar la epogé, la cual calculaban a partir de los 45 años y que en contraste con nuestras sociedades la edad promedio del adulto mayor y de la discriminación laboral esta situada alrededor de los 55 años, y de esto habrá que concluir num. 1 Que los griegos eran torpes, o num. 2 Que los torpes somos nosotros.
En un mundo tan lleno de sensibilidad ontológica hacia la democracia y la equidad resulta absurdo que al hablar de la vejez, todo se mida en cifras y en cálculos matemáticos, como las estadísticas de la ONU que dicen por ejemplo: En la actualidad 1 de cada 10 es mayor a 60 años y dentro de 50 años la proporción será de 1 de cada 5 y así hasta que por primera vez haya mas ancianos que menores de 15 años. Estas estadísticas no dejan de ser sorprendentes, pero sorprenden mucho más, cuando entendemos que no solo son números de los que se están hablando, sino que hay rostros y una realidad detrás de cada número. Viena en 1982, fue el sitio en donde la ONU empezó a acusar este problema que se veía venir, y es en el 2002 en donde se instruye el Plan de Acción en su 2da asamblea en Madrid.
Algunas de las brillantes conclusiones que este evento dejo son, entre otras:
- La protección de los derechos de las personas de edad y dignificación de las pensiones y remuneraciones.
- La especial atención a las mujeres, considerado como el colectivo mayoritario y más desprotegido dentro de las personas de edad.
- La erradicación de la pobreza, mediante el desarrollo de programas que atiendan las necesidades de las personas de edad en el medio rural, principalmente en los países en desarrollo.
- La atención a las necesidades de las personas de edad que viven solas y de las que padecen discapacidades.
Incluso se firmo una declaración política en la cual se buscaba revalorar el papel de la vejez y darle un nuevo sentido histórico.