martes, junio 01, 2004

EL TEATRO DE LOS SIMBOLOS.

Pierre Klossowski es un monómano a decir de él mismo, esto es: un onanista que repite una y otra vez una misma escena, la única escena posible “naturalmente” la entrega de la mujer, la entrega en el sentido más puro de lo que esto quiere decir; carnal infinitamente carnal y pasional, así como el vouyer, esa mirada que escudriña en los adentros, pasando por todas las posibilidades y los intereses más insospechados que podemos imaginar, todo en una simple y llana mirada. Detrás de ese “mirar” se esconden deseos, deseos de develar el significado simbólico de lo divino (en el caso de “El baño de Diana”) y el sentido ontológico de la existencia (en “Roberte esta noche”) actos, ambos, que se mueven en planos de índoles diversas pero en una y la misma en ciertos sentidos.

Roberte es la fémina que se muestra y que esconde su deseo de ser mirada, ella luce su cuerpo con una inocencia que cae en la lasciva mas erótica, ella está allí pero no es ella, sino un símbolo, una palabra que se ha encarnado en una mujer y que interactúa con hombres y palabras simultáneamente, que divaga en el tiempo sin estar nunca anclada en ninguno de los instantes pues no esta en ninguno de ellos “Uno no está jamás donde está; sino siempre ahí donde uno no es más que el actor de ese otro que uno es” en ese sentido; todo y todos son una representación, un “teatro de la crueldad” en el que los actos carecen de sentido esencial y solo tienen efecto en su plano estético conceptual, aunque ambos momentos, la trascendencia y la afirmación de la existencia, son implícitamente aceptados. “Nadie es lo que cree ser, sino tan sólo aquél en el que se representa lo que uno cree ser”

En la novela “Roberte esta noche” Klossowski nos ofrece un acercamiento a esa parte que García Ponce reconoce y que describe en sus textos, privilegiando el caso de “...la búsqueda o la negación de la identidad” como acto central de la obra, en “Roberte ce soir” Octave esposo de Roberte, mantiene un diálogo con Antoine, su sobrino, y se vale de diversas metáforas para describirle, como una fotografía condensa una infinitud de posibilidades, sobre de las cuales, una de ellas da ese significado que Octave quiere encontrar.
“No digas “mi tía”. Di Roberte y comprenderás inmediatamente. Porque cuando tú piensas en ella y que yo sé que tú piensas, igual que yo piensas simplemente en Roberte” en este sentido ya no se esta hablando de una persona tal que se muestra de una forma cual, sino de un símbolo que hace las veces de mujer y que esconde en la furtividad de los instantes y los gestos que la hace poseída y poseible como un significado con significantes y simbolos diversos. El dialogo trascurre en forma por demás instructiva para el joven Antoine, aunque no alcanza a comprender el fondo teológico y erótico que hace su tío en la descripción de los momentos sucedidos en la foto, antes se queda asombrado y llega al punto que lo condece Octave, pero solo de una forma media pues no es en sí lo que el pretendia de su tía, sino solo una de las posibilidades, de estre las que destacan la posibilidad del encuentro sexual el cual Roberte, su tía, le niega de principio. “La denunciación” es el titulo de el apartado antes dicho, y es, en efecto, una denuncia, un grito que reclama que la mujer, o mejor dicho el símbolo, asuma un nuevo significado, que es el que Octave pretende, pues quiere que Roberte se muestre ante ellos como una presencia en sí misma.
Esta denuncia que nace del personaje es, filosóficamente hablando, el reclamo por la recuperación de la identidad de los entes, es la imperiosa necesidad de recuperar los significados y las esencias de los símbolos, es un reclamo que románticamente nos demuestra la añoranza del teólogo, representando con todo a la iglesia y demás instituciones obsesivas, viejas, nihilisticas, resentidas por la extinción de su Dios que ha muerto a manos de “El loco” y que esta vez, por boca de Octave ponen en juego la lucha de los contrarios, la teología y la pornografía, con el único fin de reanimar el flácido cuerpo de su fe. Octave solicita la actualidad de Roberte, esto es, un conocimiento pleno de la mujer, un estar en todos sus instantes y en todas sus posibilidades, una diseccion o estatificacion de lo que deviene, acto imposible de no ser por la experiencia estetica allí descrita. En “Le bain de Diane” nos hace reflexionar sobre la posibilidad de poseer incluso a la divinidad, de hacerla “actual” en nuestro ser real. El personaje de Diana esta mostrándose cargada de simbolismos y de signos que dan textura a los contenidos,
“Las hazañas de la diosa, evocadas sucesivamente por la palabra.... nos dejan ver que..... Diana ha dado entrada, en sus actos impasibles de diosa, a la moral, ha hecho posible en el campo de la impasibilidad divina la presencia de la moral que da entrada a su vez a la posibilidad de trasgresión.”
Es el caso pues, de que Roberte y Diana son símbolos que nos refieren a los dos planos, el de lo mundano, lo carnal, y el contrapuesto, el lado divino que a su vez difumina momentáneamente la barrera que los distancia.

En el caso de las obras de Klossowski, es viable la infinitud de interpretaciones y la dispersión de las ideas en disertaciones que rayan en lo bizantino, sin embargo el juego que hay de fondo nos es claro cuando asumimos una “distancia” pertinente para con las historia y los personajes, pues lo que esta de por medio es ese mundo de la reificacion de los actos por medio de las palabras, es la posibilidad de “fundar ciudades” que poseen los poetas y los entendidos de la escritura, que desarrollan esa facultad, en cierto sentido pudiera decirse que a trabes del lenguaje se busca el recargado de los significados, un auto-alimentarse y darse vida a sí misma, es la resurrección divina de los signos.
“El que escribe se hace otro que él mismo y se queda prisionero en un terreno incierto entre la realidad y la imaginación” el caso que nos describe esta perspectiva es un hecho netamente estético y por ende nos deja abiertas todas las posibilidades pero nos limita de una forma un tanto cuanto sutil.
Los textos de Klossowski ya no son narraciones, sino descripciones de eventos que se suspenden en el espacio y el tiempo y que se disecan con la posibilidad de ser conocidos desde la comodidad del análisis parcializado, del escudriño semántica de los gestos y de los sucederes, aquí “ya no hay hechos, solo descripciones” como diría Nietzsche, descripciones que una a una dibujan un amplio mapa de posibilidades y que se entremezclan con los sabores e insabores del erótismo y la fábula, dándonos un deleite escenografito para la mente, pues sus palabras construyen, no solo ciudades, sino en ciertos momentos, llegan a describir sensaciones y pulsaciones de los mas variados géneros es un desatar de sensaciones en los cuerpos del lector y un proyectar imágenes directamente sobre el pensamiento.

El vouyerismo esta siempre presente, los unos que miran a los otros entreviéndose siempre las pulsaciones místicas, bestiales, dando como resultado ese laberinto borgiano donde unos senderos se separan para unir a otros y a la inversa. Los significados son en este caso esos senderos bifurcados y entreverados, la reificacion, la decontruccion y la reconstrucción de los conceptos, un vaivén que pone los principios en los fines y el final en los principios.

Los personajes cobran vida y empiezan a jugar con el lector, la labor del escritor se ve compensada con una constante acumulación de vivencias y de anexos no escritos que se generan en el lector, que ahora a pasado a formar parte del echo en la narración, o acaso cobra conciencia de que siempre estuvo inmerso en dicha “descripción”. Las imágenes su suspenden para que los lectores exploren su capacidad vouyerista, sobre todo las imágenes cargadas de simbolismos eróticos, pues desde allí nacerán las afinidades y las pulsaciones, desde esa descripción y esa construcción fílmico-mental, en donde la mente segrega sus fluidos más lívidos que hacen nacer y perecer simultáneamente.

El lector entra en un mundo donde todos están intercambiando miradas pero a la vez, no son solo deseos y placeres los que se conjugan, sino que están cargándose significados a lo simbólico, y por un instante todos somos Octave, y todos queremos poseer a Roberte, de las mil y un formas que es posible, y todos queremos jugar con esos símbolos que se manejan, todos queremos tambien ser simbolos. El autor oferta una esquizofrenia imagen del teatro que se mueve sin mascaras en la elaboración de nuevas mascaras, de un mundo transparente pero oculto, erótico pero bestial, divino pero terrenal, vouyer, eso es lo único que condensa a los lectores y al escritor, el cual por un instante incluso puede salirse y hablar en tercera persona de sí mismo, similar a “Borges y yo” del mismo Borges y que nos narra actos al más puro estilo esquizofrénico pero no incoherente, pues es solo un recurso del cual se valen para acceder a mundos nuevos, mundos construidos por ellos mismos.
En uno de sus prefacios, Nietzsche da voz a una niña que tacha de indecente a Dios por su posibilidad de omnisciencia y omnipresencia, pero en este caso, Klossowski quiere ser tan impúdico como ese Dios quiere ver todo y saber todo, quiere eternidad presente, quiere desmitificar para edificar un nuevo costructo conceptual de la existencia y la trascendencia.