martes, octubre 18, 2005

QUE SERA DE TU SUERTE?

Sus palabras fueron claras, de una crudeza tal, que ni siquiera sonaron terminantes, solo fueron simples palabras escupidas al aire, como cualquier otra cosa que se dice, así nomás por decirlo.

–Se nos acabo la suerte-

Yo sabía perfectamente lo que eso significaba para Andrea, solo decía eso cuando algo ya no le gustaba y pensaba cortarlo de tajo, como aquel día que decidió salir de su casa para irse a vivir conmigo.
Y ahora me miraba firmemente y lo volvió a decir:

–Se nos acabo la suerte pibe-

Me tomo de las manos, me dio un beso en la mejilla y luego acerco su mano cerrada hacia mi, y extendiendo la palma me devolvía: un anillo, una pulserita y un dije. De entre todas sus joyas, aquellas tres representaban los momentos mas felices de nuestras vidas.

El anillo se lo regale el día que decidimos vivir juntos, fue una pieza medianamente cara, pero digna de aquel momento, con la figurilla de los delfines que a ella tanto le gustaban. La pulsera, fue una baratija que compramos en nuestra “luna de miel”. Saliendo de un restaurante un niño se nos acerco y apurado nos ofrecía flores, brazaletes y no sé cuanto chuche mas, solo me acuerdo que nos llamo tanto la atención la insistencia de aquel escuincle, que le compramos algunas cosas, la pulsera le gusto tanto a Andrea, que siempre la uso, jamás dejo de utilizarla, y fue motivo de una larga charla para decidir si tendríamos hijos o no, fue una decisión difícil, pues el ansia nos comía, pero la realidad y la razón nos dictaban que no era el momento adecuado, aquella velada fue larga e inmensamente dulce. Y finalmente, el dije con la inicial de su nombre, pues me contó, cuando andábamos de novios, que su madre antes de morir le había obsequiado un dije con su inicial, pero que por azares de la vida, en el ir y venir del destino, lo extravió y lamentaba profundamente aquella perdida tan importante, yo mande a un joyero a que me hiciera una pieza lo mas parecida a la descripción que Andrea me dio, y se lo obsequie el primer mes de nuestras vidas compartidas.

Aquellas simples piezas describían no solo experiencias y detalles, sino que tenían un valor que nunca ninguno de los dos podría haber negado, eran nuestras vidas contadas por momentos fugaces, eran las piezas que nunca faltaban en el ajuar para las noches de farra. Pero ahora... ahora tenían algo nuevo que contar, querían devolvernos los momentos felices, para que cada quien los compartiera con alguien mas, en otra ocasión.
No atine a decir nada, auque ya la escena me la había descrito con anticipación, pero es que esos momentos son como la muerte, solo sabes de ellos hasta que se te paran enfrente, sabes que están allí y que alguna vez los veras, pero ves tan distante el momento que nunca se esta del todo preparado.
Solo la mire fijamente, quise llorar, no lo niego, pero no pude, sabia en el fondo que las cosas acaban y nuestra felicidad no podía ser la excepción. Cuando se entra en el juego del amor, hay que ser concientes de que las cosas no siempre duraran. Apreté la mandíbula fuertemente y sonreí sin querer, solo como una risa vaga y juguetona que se escapa furtiva por el nerviosismo y te dije:
–mira flaca, no te pongas brava, ve con la suerte, que ella te acompañe siempre, nada dejas atrás. Cuidate mucho y lleva eso contigo, que alguna vez fueron de los dos, yo me quedo con tu recuerdo y nada mas quiero, anda vete y sé feliz, yo intentare lo mismo por acá, si alguna vez querés venir, corre loca que yo acá te espero-

Ni pa’ que hacerme el macho, en cuanto diste la vuelta comencé a llorar como un escuincle, abrí una botella de vino y bebí sorbo a sorbo, despacio para no perder la lucidez, esperando que el agrio sabor de la uva, matara esa sequedad en mi garganta. Nada mas hice, no maldije ni tampoco culpe a nadie, las cosas tenían que acabar alguna vez, solo deje que el tiempo pasara e intente recuperarme lo mas pronto posible, procure, con el trabajo distraerme, y pensar que nada había cambiado, que era cosa de no pensarse, solo dejar que la vida caminara e irla siguiendo despacito.
No sé si ya me habrá olvidado ella, no sé que fue de su vida, solo, de cuando en cuando, mientras camino por el parque o en las comidas con los amigos, me pregunto en voz alta:

–Y tu suerte, cómo andará ahora, todavía la tienes o ya se te acabaría otra vez?