martes, noviembre 02, 2004

HACIA UNA NUEVA FILOSOFIA.

La vida es un sueño, decía un célebre poeta, y es cierto, pues nuestra vida pareciera la ensoñación de algún ser extraño, ubicado en una galaxia lejana, o peor aún, pareciera la proyección de nuestros sueños mismos y nada más que eso, y como: “los sueños sueños son” la vida sería sólo un relativo “estar soñando”, espero que se me perdone regresar a esta visión fatalista de un gachupín del Barroco.

Nuestras actitudes y nuestras voluntades varían drásticamente de un momento a otro, pareciendo que no somos nosotros los que estamos controlando nuestras acciones y nuestros destinos.

Hay para quienes la vida es un perpetuo “sueño” son gente que camina y vive sin cuestionarse nada, y pasan alegremente “dormidos” disfrutando del encanto y las mieles de los artificios mentales. En cambio, hay “otros” (siempre hay otros) que después de contemplar la ensoñación, deciden despertar; dejar de ser una voluntad menor y abrir los ojos hacia ese otro lado de la vida, pero, es entonces, que tras la develación del maya, tras el “triste despertar” y el alejamiento del encanto, aquel bello sueño se convierte en la más terrible de las pesadillas.

Es el filósofo, ese eterno “otro”, un ser que adolece de la inquietante necesidad de descubrir la verdad que él supone; subyace detrás de las apariencias. “El filósofo vive para pensar” pero en ese desarrollo del pensamiento pone en juego su cordura, su sentido humano, su vida misma. La filosofía es una profesión de tiempo completo, una disciplina que exige una entrega absoluta y que su recompensa, al final del camino, es totalmente incierta, pues puede ser gratificante (la mayor parte de las veces así lo es) pero también puede ser ingrata y traicionera (discúlpenme que en esta disertación, que pretende ser seria, el uso de esta frase cantinera, pero era necesaria).

El filósofo es, por excelencia, el terrorista de la realidad, el perverso genio que intenta develar el secreto detrás del truco que significa “estar vivo”. El filósofo piensa que piensa, para después pensar ese pensamiento, el filósofo pone las cosas en el camino, por allí donde pasará en lo futuro, y después, cuando anda esos caminos, cree descubrir algo “nuevo” una realidad última, o primera, según se le ofrezca.

No es acaso, el filósofo moderno, una manifestación fenomenológica de una cruda existencialista, un ánima en pena que se escapa del purgatorio, un delirio nacido de la razón en sus múltiples niveles. No ha devenido la filosofía en burdos quehaceres metodistas y en improvisaciones esquizofrénicas, no es en estos momentos la Filosofía una tarea denigrada y denigrante (el hombre y el pez por su propia boca mueren…jajajaja) Resuenan (vox populi) las voces del pueblo: Qué es la filosofía, para qué nos sirve, con qué sentido se hace filosofía, en dónde se hace y con qué fines.

No seamos oídos necios ante reclamos de esta índole, por que si están manifestándose nos pueden estar indicando el nuevo bache en el cual estamos entrando y por el cual estamos siendo rebasados. El filósofo, el acto de filosofar había tenido siempre un lugar privilegiado, por no decir que sacro, dentro de las comunidades y los pueblos más civilizados de la historia, pero el hecho mismo de que en la actualidad sea cuestionada su mera existencia institucional, tal vez sea la manifestación misma de la filosofía, que solicita de nueva cuenta se retorne al quehacer que antes fue, que de nueva cuenta se avoque sobre los problemas del “hombre” y deje de ser un pasatiempo para intelectuales inoperantes mentalmente. Acuso aquí a la filosofía actual de ser una madeja de ideas mafufas, una sarta de interpretaciones que se disparan de un lado para otro sin ton ni son, como dijera Nietzsche el filósofo se ha vuelto una variante del sacerdote, y en este momento es peor, pues es un sacerdote ateo, un libertino después de la muerte de Dios.

La filosofía ha devenido en un trabajo de escritorio, en una cháchara de intelectuales mochos, de entes discursivos, sofistas más que verdaderos amantes del saber. La nueva filosofía habrá de ser la “Gaya Ciencia” hay que devolver la filosofía a su verdadero núcleo. Hay que volver a ser los pervertidos que siempre hemos sido, los seductores, los amantes (al estilo Mauricio Garcés) de la verdad. Debemos de regresar a la búsqueda erótica del saber, hay que descubrirnos a capa abierta con todas nuestras necesidades y nuestros deseos, revelemos al mundo, toda nuestra perversidad y nuestros deseos lúdicos, toda esa pasión de los instintos más bajos. Sin ningún miedo, pues esta Patología es, para el filósofo, su herramienta epistemológica por excelencia.

El filósofo es un ser perverso que esta siempre escondiéndose, detrás de su razón, para intentar sorprender desnuda a la realidad, se esconde para poder ver aunque sólo sea una pequeña porción de su piel desnuda. El filósofo desea tener entre sus manos la verdad y el conocimiento con la misma ansia loca que desea la posesión de su pareja (quede aquí abierto para que se lea filósofo; hombre o mujer, y no se tome en cuenta mi misoginia natural). El que profesa en verdad la filosofía es un eterno perverso, un eterno apostador que juega poniendo en prenda su cordura y su amor mismo. El filosofo está extraviado en este momento, está perdido entre el papeleo de las civitas burocráticas, ahora viste un traje y deambula por los pasillos de los edificios preocupado por sobrevivir decentemente de algún salario “limosneado” a las instituciones. Devolvamos la filosofía a los burdeles, a los campos, a las altas planicies, a los ríos y a las calles, dejemos que el pensamiento camine descalzo, por las calles de la ciudad… y que sus plantas desnudas devuelvan a la filosofía el placer de existir. Vivamos en el mundo del arte, y no en el mundo de esas políticas de mierda… seamos una vez más aquellos amantes del saber, y que ese saber sea crato, seamos los que caminemos hacia la Gaya Ciencia.