miércoles, marzo 23, 2005

Y AHORA...

Este nunca ha sido mi estilo, hablando de la temática en la escritura, motivo por lo cual me disculpo de antemano si caigo en contradicciones o si estoy acudiendo a artificios interpretativos. Pero creo fervientemente que no podemos abstraernos o abstenernos de entrar en la disputa de lo divino. Sócrates dijo alguna vez que; los Dioses son seres infinitos y nosotros somos seres finitos y por ende no podíamos hablar de ellos. Y muy a pesar de que coincido con esta división sincrética, entre las cosas de los hombres y las cosas de los dioses, creo que siguiendo esta lógica estaríamos pasando algo muy importante por alto, a saber, la consecuencia directa entre nuestros actos humanos, a partir de las concepciones metafísicas de lo divino.

Es parte recurrente del discurso contemporáneo hablar del fin de los metarelatos, del declive de aquellas grandes estructuras discursivas que sostenían el ritmo y la pauta del crecimiento de la humanidad. Se habla de la muerte de los dioses, en el sentido amplio de lo que la deidad significa, extendiendo su alcance a los sistemas cientistas y otros argumentos no propiamente teológicos y teleológicos. Pero, qué significa esta muerte en el campo de lo humano? Que consecuencias representa el fin de las creencias? A que huele la putrefacción divina, si es que tiene algún aroma?
Las respuestas a estas preguntas fueron planteadas en su momento por el mismo Nietzsche, asesino histórico del dios judeo-cristiano, y son simples, tal vez más simples de lo que nos podríamos imaginar, Nietzsche dirá en su texto “El loco” que no estamos todavía a la altura de semejante crimen, que no somos dignos de ese acto tan sublime, y coincido aunque creo que solo le falto agregar que: en esta muerte dimos muerte a la parte que aun nos quedaba de remanente en unión con lo espiritual, en este crimen no nos dimos cuenta de que estábamos dándonos muerte a nosotros mismos. Como sociedad occidentalista, aunque no lo aceptemos siempre, debemos de ser concientes de que el judeo-cristianismo permea gran parte de nuestra cosmovisión, aunque ciertamente podemos oscilar pendularmente entre lo puramente occidental y el nuevo ethos sincrético que nos hemos creado. Sin embargo, de lo poco que podíamos agradecer a la religión, es esa unión que nos otorgaba con lo espiritual, con lo divino, con aquello que esta más allá de la concepción humana, pero que desde hace un rato hemos extraviado.

El hombre se encuentra históricamente, y para usar una metáfora que todos comprenderemos, ante un lunes por la mañana, después de una severa borrachera con los calzones en la cabeza, con una migraña extenuante, con la boca seca y sin saber que fue lo que paso y lo que sucedió el día anterior. Así estamos, dimos rienda suelta a nuestros gustos, agotamos las reservas de Baco, mantuvimos sexo todos contra todos, y ahora…. ahora despertamos con la más grande cruda que jamás habíamos sufrido, pero…. y la preocupación inicial subyace por el momento, creo que deberé de escribirlo después, solo he logrado entrar de nueva cuenta en el conflicto, en la busqueda por los por qué y en el replanteamiento de la pregunta.

Los dioses murieron todos, ya nada nos une al espíritu.

Y ahora…